Unas fuertes carcajadas instaron mi
curiosidad y me hicieron dirigir al lugar de donde provenían aquellas risas. Al
ingresar al aula, pude vislumbrar a un grupo de mujeres y varones girando
alrededor unas mesas, reían, gritaban, saltaban y corrían como niñas y niños.
En esos instantes, vino a mi mente aquella frase de Madre Teresa de Calcuta: “Con
el tiempo la piel se arruga, el pelo se vuelve blanco, pero tu espíritu no
cambia”. No hay duda que todas y todos llevamos una niña y un niño dentro, para
reír, para soñar, para jugar.
Sin embargo, al momento que una de las
maestras del centro mostró un colorido cartel que decía “yo puedo ser” y les preguntó:
¿Cómo pueden ser con sus hijas e hijos? sus expresiones cambiaron. Creo yo, que
en esos momentos pensaban en ellas y ellos.
La siguiente pregunta fue: ¿Puedo ser
tolerante y respetuosa (so)?. Se empezó a hablar del amor hacia las hijas y los
hijos, frases como ¡te quiero! , ¡te respeto!, ¡te valoro!; parecían hacer volar
su imaginación, aquella escena en la que miran frente a frente a sus hijas e
hijos, y creen que decir ¡te quiero! no es indispensable. Pues basta con darles
de comer, con vestirles con mandarlas
y mandarlos a la escuela, eso significa te quiero. Los abrazos y palabras
sobran. Pero con cada palabra que la maestra mencionaba, aquellas personas se
mostraban pensativas.
Sin duda, creo que terminada la
reunión lo único que querían los papitos y mamitas era llegar a casa, mirar a
sus niñas y niños y decirles, yo puedo ser: Tolerante, responsable y
respetuosa, contigo ¡te quiero con todo mi corazón!.
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